Tres miradas a la plaza de la ciudad
La plaza ha tenido en la historia de Occidente un claro significado comunitario: ha sido y es el lugar para el encuentro de la comunidad o de algunos sectores especializados de ella. Dicho significado se refiere a su condición de ámbito contenedor, que puede ser representado al encerrar con los brazos una porción de aire. La plaza es un ámbito público, generalmente descubierto, expresión de la escala urbana, a diferencia del patio en todas sus versiones — familiar o institucional, claustro especializado, jardín, etc.— que es un espacio privado, expresión de la escala arquitectónica, con usos y significados propios. El lugar como concepto espacial y como identidad de uso y significación, surge de la primera aproximación del hombre al entorno a través de la percepción y de la apropiación del mismo. En forma simultánea aparece también la conceptualización de recorrido, cuyo desarrollo va a llevar al significado de calle como expresión de la escala urbana y de corredor, pasillo o galería, de la arquitectura; entre estas dos escalas se encuentran las mismas particularidades que señalábamos entre los conceptos de plaza y patio.
Estas categorías de recorrido y lugar son la proyección de los dos tipos de tensiones que conforman el sistema urbano: la direccional, manifestada en la calle, como eje entre un punto de origen y otro de destino — el recorrido— y la centralidad, expresión del espacio conformado alrededor de un imaginario eje vertical, propia de la plaza, expresión de la permanencia.
Estos dos tipos de espacios están ligados no sólo a particularidades de la sociedad en sus modos de participación y apropiación psicológica del medio, sino también al manejo y uso de la dimensión temporal. La calle y la plaza definieron el marco para el acontecer social, a través de las diversas actividades.
Como espacio para el comercio, el ámbito de la plaza significó el mercado; el de la calle, el comercio jerarquizado y especializado; políticamente, la plaza significó la concentración, el destino de la manifestación, inherente a la calle; en términos de esparcimiento, la plaza fue el lugar de los eventos, la calle, en cambio, expresó los significados de paseo. El marco de la plaza fue la sede del poder gubernamental, religioso, económico y social; la calle albergó la vivienda y otras actividades.
Más allá de estos aspectos referidos al funcionamiento de la comunidad, el espacio público expresado a través de calles —recorrido— y plazas —lugar—, ha determinado aspectos de las ciudades que posibilitan la orientación y los significados urbanos de la sociedad. La espacialidad del sistema calle-plaza, definido por el paramento continuo de los edificios, como estructura de la ciudad, se identifica mediante situaciones de simetría; no solamente como un reflejo de formas, sino como pauta ordenadora de la imagen de la ciudad: un orden subyacente bajo el aparente caos urbano. Alrededor de una plaza puede haber puntos singulares que produzcan diferentes tensiones, pero el implícito esquema radial —simétrico— las reúne en una totalidad legible dada por la presencia de una estructura ordenadora. Las fachadas sobre una calle pueden ser completamente distintas entre sí, pero unificadas perceptivamente a través de los paramentos axiales —simétricos— que definen el significado de la calle como espacio direccional, contenido en sus límites para ser recorrido.
Para identificar la plaza como concepto espacial, hay que identificar con anterioridad el asentamiento urbano donde está enmarcada. Esta es la pauta metodológica que guió esta investigación, ya que la plaza es uno de los elementos que significan ciudad; en algunos casos, el más relevante, en otros no; pero en todos, la plaza es expresión de la ciudad.
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