(casos de estudio: Barranquilla, Cartagena, Sincelejo)
Juan Carlos Pérgolis - Jairo A. Valenzuela – Estefanía Quijano
1 – Introducción: la mirada
El transporte terrestre con tracción animal y la navegación impulsada por el viento o la fuerza de los remeros representaron los imaginarios de movilidad durante la Colonia. Más tarde, la tecnología del vapor en barcos y trenes acompañó los primeros años de las repúblicas americanas y marcó las representaciones del transporte en el siglo XIX. Con el impulso de la modernidad, los desplazamientos en los lentos trenes que se abrían paso por la dura geografía colombiana o los traqueantes tranvías de las ciudades no satisfacían los deseos de la Colombia del siglo XX.
La belleza moderna, señala Marshall Berman, no emana del entorno natural, en nuestro caso, del campo que rodeaba los trenes, o de las imágenes urbanas, aún amarradas al siglo XIX por donde circulaban los tranvías. La belleza moderna surge del ambiente creado artificialmente, observa Berman y en eso los nuevos buses que se asomaban tímidamente a las ciudades y caminos colombianos, no tenían rivales ya que en ellos se satisfacía el deseo de modernidad y se concretaba la experiencia de vivir lo nuevo.
El transporte automotor, símbolo de esa modernidad colectiva, es objeto de múltiples acontecimientos pero también es el espacio donde éstos ocurren: es objeto y escenario de la vida cotidiana; esta dualidad implica acercarse al objeto de estudio a través de diferentes miradas: una lejana, una de detalle y otra de contexto. Estas miradas son la base sobre la que se conforman las representaciones y los imaginarios sociales, cargados de deseos individuales y colectivos. Las representaciones cambian en el tiempo, hay una relación entre forma, uso y modo de vida que es tangible a través de las narraciones y los relatos de lo cotidiano, historias aparentemente “menores”, cuyo conjunto conforma una gran historia, tan válida como la “historia oficial” o quizás más, ya que resulta de la amplitud e inclusión de infinidad de miradas en infinidad de relatos.
La observación y el análisis a partir de relatos permiten descubrir momentos y espacios en el interior de un objeto cotidiano y común a todos, el bus; pero hace posible, también, realizar interpretaciones porque reduce la escala de la mirada y examina el pasado con detalle, no solo en el objeto sino en el contexto que lo contiene.
En las ciudades colombianas, y en general en las ciudades latinoamericanas, la movilidad es –y ha sido- una condición a la vez que una condicionante en la ocupación del territorio, y en la concepción de desarrollo y “progreso”; por lo tanto, la observación sobre los buses de Barranquilla y Cartagena se estructura en torno a dos grandes ejes: la semiótica cultural y la historia.
La historia en este caso se entiende a través de las múltiples escenas fragmentarias que la conforman y muestran cómo se viajaba en otros momentos, qué ambientes rodeaban aquellos interiores, de qué se hablaba, qué anhelos existían y qué mundo se veía por las ventanillas: el cercano, que rodeaba el bus y el mundo deseado. Por su parte, la semiótica explica los signos de esas escenas y las representaciones colectivas que expresan los deseos de la comunidad. A partir de esas disciplinas, se estableció la metodología bajo la cual se realizó este trabajo.
La historia de los transportes urbanos muestra profundos cambios en el desarrollo de las ciudades pero también, cambios en la comunidad, a través de las relaciones con los espacios públicos para el recorrido (calles y avenidas). Las nuevas formas de desplazamiento y los nuevos itinerarios acortaron los tiempos de viaje, permitieron extender las distancias de los recorridos cotidianos y crear una nueva articulación entre los centros y las periferias. Bogotá, Buenos Aires, Lima y otras grandes ciudades de nuestro continente, aumentaron su población y sus áreas acompañadas por los carriles del tranvía y luego por los buses, que libres de rieles o cables eléctricos, llegaron hasta los barrios más alejados.
Así, la presencia de los transportes, su estética y su evolución muestran el espíritu del tiempo4 en cada ciudad: el tranvía de la Bogotá cachaca, los buses “pringacaras” en Cartagena o Barranquilla, los “ejecutivos” en la década de 1980 o los sistemas BRT en la actualidad. Se puede afirmar, entonces, que los cambios en los transportes públicos de pasajeros modificaron la percepción de las ciudades pero también modificaron la forma de vida de sus ciudadanos y sus relaciones con la ciudad.
Ante esta evidencia, nos preguntamos: ¿cuáles son, y han sido en cada momento, las particularidades en el transporte público de pasajeros en regiones como la costa colombiana, el eje cafetero u otras con identidades igualmente fuertes y definidas? y ¿qué lugar ocupan los buses en el imaginario urbano y en la memoria colectiva de los ciudadanos ante los cambios que hoy experimentan las ciudades de esas regiones?
Estas situaciones generan nuevas relaciones entre los habitante, con sus medios de transporte y con la ciudad. La aparición de sistemas masivos tipo BRT, a partir del sistema TransMilenio en Bogotá, creó nuevas formas de viajar, pero implicó también, la desaparición de los medios tradicionales, con sus identidades y arraigos en la comunidad y la particularidad climática, ambiental y cultural de cada una.
Según el antropólogo Marc Augé, el espacio interior de los transportes es considerado como un espacio del anonimato, un no-lugar6, sin embargo, en los buses y medios de transporte público de ciudades con identidades culturales tan fuertes como Barranquilla y Cartagena el no-lugar se convierte en un lugar cargado de simbolismo, principalmente por los acontecimientos que allí ocurren y las experiencias que se comparten.
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