AGRADECIMIENTOS
A Julio A. Morosi y Cristina E. Vitalone de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos aires, La Plata, Argentina, a Juan Carlos Oubiña de la Universidad de Buenos Aires, Argentina, a José García Bryce de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Ingeniería de Lima y a Juan Günther de Lima, Perú; a Ricardo Montezuma, a Hans Haufe de la Universidad de Heidelberg, Alemania, al Ibero-Amerikanisches Institut de Berlín, Alemania, a Ricardo Daza, a Sandra Moreno, colaboradora en el seminario y en la investigación, a Esperanza Sánchez Montero y a los alumnos del seminario "Formas, usos y significaciones de las plazas en América Latina", Facultad de Artes, Universidad Nacional de Colombia.
Introducción En 1985 presenté al 45° Encuentro de Americanistas, una ponencia acerca de los elementos urbanos capaces de generar el significado de ciudad en nuestro contexto latinoamericano, que derivó en la investigación "Elementos de significación en las ciudades latinoamericanas", cuyo resumen se publicó en la revista Der Architekt en junio de 1988. De aquel, surgieron algunos textos cortos y mi colaboración en la exposición itinerante "Ciudad Colombiana" que realizó la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia.
Dicha investigación condujo a otra más puntual, "Formas, usos y significaciones de las plazas en las ciudades latinoamericanas", iniciada en 1990, con un seminario electivo para alumnos de la Facultad de Artes, el cual permitió definir los alcances del tema, seleccionar los ejemplos y estructurar un método de trabajo.
Durante el segundo semestre de 1990 trabajé en los archivos del Ibero- Amerikanisches Institut de Berlín, con el apoyo del DAAD y luego con investigadores y en archivos de Buenos Aires, La Plata, Lima y Quito. Conforme avanzaba la investigación, se veía más clara la importancia de la plaza como principal espacio público de nuestras ciudades, sitio de encuentro de la comunidad, testimonio de la historia y referencia fundamental del urbanismo de América Latina.
El libro La plaza, el centro de la ciudad, reúne, sintetiza y articula algunos conceptos de esa investigación, hace énfasis en el significado cultural de la plaza en la urbanística occidental y particularmente iberoamericana y señala la relación de afecto que siempre ha existido entre la comunidad y su plaza, esa emoción colectiva, propia del sentido de ciudadanía o reconocimiento de la pertenencia a una ciudad y a una sociedad determinadas. JUAN CARLOS PÉRGOLIS Bogotá, Colombia. 2001
1- LAS PLAZAS EN OCCIDENTE
La plaza ha tenido en la historia de Occidente un claro significado comunitario: ha sido y en muchos casos aún es el lugar para el encuentro de la comunidad o de algunos sectores especializados de ella. Dicho significado se refiere a su condición de ámbito contendor, que puede ser representado al encerrar con los brazos una porción de aire.
La plaza es un ámbito público, generalmente descubierto, expresión de la escala urbana, a diferencia del patio en todas sus versiones —familiar o institucional, claustro especializado, jardín, etc.—, que es un espacio privado, expresión de la escala arquitectónica, con usos y significados propios.
Vale la pena señalar la confusión que produjeron la arquitectura y el urbanismo modernos con su arbitraria jerarquización de las categorías público y privado, la cual condujo a la distorsión de los conceptos tradicionales de plaza y patio: el primero inherente a la cuidad, el segundo, a la arquitectura.
El lugar como concepto espacial y como identidad de uso y significación, surge de la primera aproximación del hombre al entorno a través de la percepción y de la apropiación del mismo. En forma simultánea aparece también la conceptualización de recorrido, cuyo desarrollo va a llevar al significado de calle como expresión de la escala urbana y de corredor, pasillo o galería, de la arquitectura; entre estas dos escalas se encuentran las mismas particularidades que señalábamos entre los conceptos de plaza y patio.
En el capítulo 3 del libro Las Otras Ciudades (1) se observa la estructuración del espacio público urbano como la articulación de calles y plazas; espacios para el desplazamiento y para la permanencia, las dos modalidades básicas de interrelación de la comunidad con su territorio. Estas categorías de recorrido y lugar son la proyección de los dos tipos de tensiones que conforman el sistema urbano: la direccional, manifestada en la calle, como eje entre un punto de origen y otro de destino —recorrido— y la centralidad, expresión del espacio conformado alrededor de un imaginario eje vertical, propia de la plaza, —permanencia—.
Definidas por los muros de la arquitectura, las calles se convierten en el espacio para recorrer, para participar en movimiento; las plazas, en cambio, constituyen los lugares para permanecer y participar de manera estática o mediante pequeños desplazamientos interiores. Por la calle se pasa, a la plaza se concurre.
Estos dos tipos de espacios están ligados no sólo a particularidades de la sociedad en sus modos de participación y apropiación psicológica del medio, sino también al manejo y uso de la dimensión temporal. La calle y la plaza definieron el marco para el acontecer social, a través de las diversas actividades.
Como espacio para el comercio, el ámbito de la plaza significó el mercado; el de la calle, el comercio jerarquizado y especializado; políticamente, la plaza significó la concentración, el destino de la manifestación, inherente a la calle; en términos de esparcimiento, la plaza fue el lugar de los eventos, la calle, en cambio, expresó los significados de paseo. El marco de la plaza fue la sede del poder gubernamental, religioso, económico y social; la calle albergó la vivienda y otras actividades.
Más allá de estos aspectos referidos al funcionamiento de la comunidad, el espacio público expresado a través de calles —recorrido— y plazas — lugar—, ha determinado aspectos de las ciudades que posibilitan la orientación y los significados urbanos de la sociedad.
La espacialidad del sistema calle-plaza, definido por el paramento continuo de los edificios, como estructura de la ciudad, se identifica mediante situaciones de simetría; no solamente como un reflejo de formas, sino como pauta ordenadora de la imagen de la ciudad: un orden subyacente bajo el aparente caos urbano.
Así como el hombre necesita definir los límites de su entorno por una razón psicológica de seguridad, cuando la sociedad alcanza un punto de madurez en el que controla e interpreta el mundo fenoménico que la rodea, sus estructuras espaciales van más allá de las abstracciones geométricas; aparecen aspectos de connotación orgánica —en este caso, la simetría—, expresados abiertamente o subyacentes en sus estructuras ordenadoras (2).
En la observación urbana esta referencia está planteada en los términos en que Vitruvio definió el concepto de simetría: "un acuerdo uniforme entre los miembros de una misma obra y una correspondencia de cada uno de esos miembros con la estructura entera (3).
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